Por: Ing. Edgar Augusto Ramírez Perdomo – Director
Ejecutivo Comité de Cafeteros del Magdalena
Hacer caficultura sostenible en el Departamento del Magdalena requiere una
implementación tecnológica basada, primordialmente, en el
conocimiento de las singularidades de nuestra oferta ambiental y a la
importancia global que tiene la Sierra Nevada de Santa Marta.
La historia de la zona cafetera en este macizo montañoso, se remonta
a finales del siglo XIX; época en la que se establecieron grandes
haciendas en la jurisdicción del actual Distrito de Santa Marta.
Desde un principio se entendió que el clima y la distribución
de las lluvias de la zona cafetera más al Norte del país;
caracterizado por un clico “mono-modal” de lluvias de abril a
diciembre, obligaban a establecer cultivos bajo sombra y a desarrollar
labores de siembra y mantenimiento armonizado en esta dinámica
natural.
Ha sido una historia económica de picos y valles, de épocas de
bonanza; pero también de crisis generadas por distintos factores: los
efectos del conflicto interno en los años 80 y 90; la incidencia de
fenómenos climáticos extremos como “el
niño” y “la niña”, con los impactos
resultantes sobre la productividad de los cafetales, han representado retos
que el productor de la Sierra ha podido asumir y superar, con mucha
habilidad, acompañamiento técnico, inversiones oportunas y un
alto sentido de pertenencia frente a su actividad.
En el 2007 se inició un plan estratégico para hacer
competitivo el café de la Sierra Nevada de Santa Marta; teniendo en
cuenta que por sus condiciones de cultivo bajo sombra, cosecha concentrada y
atributos de taza diferenciados, ya era reconocido como un
“café especial” en los mercados internacionales y el
interno. Se fueron cambiando las variedades predominantes, Typica y Caturra,
por líneas resistentes al ataque de hongos y adaptadas a las
condiciones ambientales regionales; desarrolladas por el Centro Nacional de
Investigaciones de Café – Cenicafé - en la
subestación experimental de Pueblo Bello (Cesar), en la Sierra Nevada
de Santa Marta.
El avance en el cambio de variedad implica pasar de un promedio de 1.500
árboles viejos de variedad Typica (de porte alto) a un promedio de
5.000 árboles nuevos de variedad compuesta, Castillo, de porte bajo.
Esto se traduce, tanto en un cambio radical en el manejo de los cultivos,
como en una potencialidad mayor en materia de productividad. Al empezar el
2015, completamos 9.215 hectáreas de café sembrado con
variedad Castillo y se tiene la meta de renovar 1.500 hectáreas,
gracias a un proyecto cofinanciado por el Fondo de Adaptación.
Con todos esos esfuerzos, se apunta a que en pocos años, los
cafetales de la Sierra Nevada se conviertan en verdaderos arreglos
forestales orientados a la producción de “cafés
sostenibles”, con una alta productividad; pues, no sólo se
requiere hacer frente a las enfermedades del café; sino
también, alcanzar la máxima productividad, con criterios de
responsabilidad y sostenibilidad ambiental, para contrarrestar situaciones
como la volatilidad del precio interno, afectado por el precio referencial
de la Bolsa de Nueva York; los cambios en la tasa de cambio y en la prima
del café colombiano.
Los productores tienen la tecnología disponible (desarrollada por
Cenicafé) y la oportunidad de adoptarla mediante un fuerte proceso de
extensión rural. La sostenibilidad económica y ambiental del
cafetero colombiano es un reto gremial y social sin antecedentes. El
éxito de esta iniciativa privada, sumada a una notable fortaleza
institucional, puede ser la alternativa de desarrollo sostenible para
más de 5.000 familias de campesinas, indígenas y empresarios
en el Magdalena.